María Victoria Rivas es licenciada en Letras Hispánicas y en Estética por la Pontificia Universidad Católica de Chile, diplomada en Cultura Tradicional Chilena por la misma universidad y en Análisis del Lenguaje Cinematográfico por el CIBEF de México. Ha participado en diferentes cursos de historia de la animación. Actualmente trabaja como redactora creativa para la Fundación Chilemonos, dedicada a la difusión de producciones animadas de Chile y Latinoamérica.
Cuando hablamos de las “princesas Disney” a menudo nos encontramos con numerosas discusiones respecto a qué implica la condición de princesa, qué hace que se ignoren a algunas protagonistas femeninas en favor de otras que no tienen un título real, o cómo es que tenemos guerreras y reinas dentro de esta misma categoría. A todas estas dudas, quejas y debates sólo podría responder: Es una marca que sirve para vender. Disney (empresa) puede justificarlo hablando de grandes logros que permiten a ciertas protagonistas entrar en el panteón, pero lo cierto es que solo aquellas que supongan un arrastre económico formarán parte de este.
Aun así, no deja de resultar interesante cómo es que desde nuestra vereda actual se comienza a crear este misticismo alrededor de la marca, agregando protagonistas que, en estricto rigor, no son de la realeza. No obstante, la idea de las “princesas Disney” es algo que se ha venido gestando desde hace bastantes años atrás.
Blancanieves, Cenicienta y Aurora son consideradas las tres primeras “princesas Disney”, tanto por la marca como por el público general desde sus ya lejanos estrenos. Y, de las tres, Blancanieves siempre ha sido considerada la primera al ser protagonista del primer largometraje del estudio, “Blancanieves y los siete enanitos”, estrenada en 1937.
Pero ¿qué me dirías si te dijera que, en estricto rigor, Blancanieves no fue la primera princesa del estudio? Más aún, si te dijera que en realidad fue Cenicienta… pero no la Cenicienta que está en nuestros recuerdos de infancia, sino una que los espectadores conocieron bastantes décadas atrás: En 1922.
Laugh O Grams – Los inicios de la leyenda
Cuando pensamos en Disney es inevitable recordar sus trabajos posteriores a “Blancanieves y los siete enanitos”. Sus películas a todo color, con música sincronizada e impecable factura técnica. O hay quienes van un poco más atrás y recuerdan sus Silly Symphonies, aquellos cortos que sentaron las bases de sus posteriores trabajos permitiendo la experimentación de diferentes técnicas animadas.
Aquí queremos ir aún más atrás, porque antes de todos estos trabajos (antes incluso de la creación de Mickey Mouse o Oswald the lucky rabbit), debemos ir Kansas, en 1920, en busca de un joven Walt Disney que en aquel entonces trabajaba en la empresa publicitaria Pesmen-Rubin Commercial Art Studio. Fue ahí donde conoció a quienes se convertirían en sus socios a futuro, como el reconocido Ub Iwerks, y donde comenzó a interesarse poco a poco en la animación.
Pese a estar trabajando en una empresa publicitaria como artista, su verdadero primer acercamiento al rubro animado fue en los teatros de Frank Newman, en donde realizó algunas de las cortinas animadas que se presentaban entre las funciones de cine. Los llamados “Newman Laugh O Grams” contaron con tal éxito que Disney decidió embarcarse en un proyecto más ambicioso que meras publicidades cómicas: Realizar sus propias adaptaciones de cuentos de hadas.
Cinderella (1922) – ¡Cenicienta es flapper!
La idea de estas adaptaciones no era la de recrear la fantasía de estas historias a partir de un medio pulido, fluido, colorido y hasta elegante. Eso vendría mucho después, conforme la experiencia de Disney le permitió apuntar a objetivos cada vez más altos.
Los Laugh O Grams tenían una factura más limitada y un objetivo más aterrizado. La intención era crear parodias de estos cuentos clásicos a partir de la modernización de sus historias, y agregando elementos que en aquel entonces eran populares en el público general.
Resulta bastante interesante notar, desde el primer momento, las similitudes estilísticas de estos cortos con otros del mismo período, como los de “Felix the cat” o “Mutt and Jeff”. Muchos de ellos imitaban la estructura de las tiras cómicas, incorporando globos de texto y manteniendo la acción en un plano general. Otro ejemplo de ello es la incorporación de animales antropomorfos que realizan acciones humanas o son derechamente amigos de los protagonistas.
La Cenicienta de 1922 vivía en una casa moderna, era amiga de un gato e iba al baile en un elegante auto vestida como flapper. La elección de este vestuario puede tener que ver con lo popular que era este estilo entre las mujeres jóvenes, pero no deja de abrir la puerta a interpretaciones interesantes. En estricto rigor las flapper, con sus vestidos reveladores y cabello corto, se rebelaban a los estigmas de la época abrazando un estilo que les permitiera ser libres de estas cadenas tradicionalistas. Cenicienta, entonces, viste así rebelándose al yugo de sus hermanastras, yendo al baile de todas maneras. ¿No es un tanto irónico considerando que finalmente se enamora y casa con el príncipe, quedando dentro de este estigma tradicional? Puede ser, y eso abriría la puerta a más análisis. ¡Las interpretaciones pueden ser muy numerosas!
Por otro lado, mencionamos la presencia de animales antropomorfos realizando acciones humanas. El gato de Cenicienta es un buen ejemplo de ello, pues desde el comienzo aparece ayudándola a lavar los platos y más adelante siendo su chofer. Otro ejemplo son los animales que interactúan con el príncipe encantador, que se nos presenta cazando un oso junto a su caballo y perro de caza. Más adelante, el mismo príncipe enviaría a un gato como cartero para que entregue las invitaciones al baile, acción que realiza montando una bicicleta… de la que después se cae y queda hasta con muletas. Es así como gran parte de los gags cómicos serán protagonizados por los animales, enfatizando el absurdo de que realicen actividades como seres humanos. Este tipo de humor seguirá siendo desarrollado por Walt Disney más adelante y a lo largo de gran parte de su carrera artística. Su personaje más característico es un ratón, a fin de cuentas.
La música es otro elemento clave a considerar. Algo que caracteriza los trabajos de Disney de manera transversal es su aspecto musical, y aunque en este caso no deja de ser mera música de fondo es posible percatarse de la influencia del jazz. Claro está que la música de estos primeros cortos aún no se encontraba incorporada y lo que hoy escuchamos puede tratarse de una interpretación actual. No obstante, considerando tanto la vestimenta como los pasos de baile que los invitados del castillo realizan se puede ver una clara influencia al respecto, lo que permitiría darnos esa interpretación musical.
Todos estos elementos en su conjunto demuestran que Disney era plenamente consciente de su entorno social y de las animaciones que eran populares en ese entonces. Tanto él como sus colegas incorporarán animales, música y humor local como una base que seguirán desarrollando en sus siguientes trabajos hasta conseguir su propio estilo. Su propia marca. Aquello que los distinga dentro del mercado, mientras continuaban puliendo la técnica mediante nuevos avances y herramientas.
Cenicienta – Una revisión histórica
Walt Disney tuvo numerosos tropiezos desde este punto en adelante, pero algo que siempre lo caracterizó como animador y artista fue el no tener miedo de innovar. Tomar riesgos para no quedarse estancado, llegar más allá de los límites de su imaginación.
Cenicienta, para él, era su película favorita de las que habían salido del estudio. Por un lado, porque la historia de la protagonista resonaba con su propia experiencia como creador. Del otro, por el marcado estilo visual que formó la estética de la película y que estuvo a cargo de quien por años fue su artista favorita del estudio: Mary Blair, cuyo estilo estaba caracterizado por colores vibrantes y figuras dinámicas en constante juego con la geometría de las formas.
La versión de 1922, hecha por el mismo Walt Disney, da cuenta de una visión bastante diferente a la que aspiraba tener la de los años 50. La primera era una estricta parodia del cuento de hadas, incorporando elementos que caracterizaban el entorno de su época. La segunda, se trató de un largometraje con aspiraciones más artísticas que cómicas (incluso si no está exenta de comedia, gracias a las divertidas intervenciones de los animales amigos de Cenicienta. ¿Les suena familiar?).
No obstante, y pese a lo icónica que es esta versión gracias al delicado arte de esta grandiosa artista conceptual, desde luego que no ha sido la única película animada que se ha realizado de este cuento.
Sin ir más lejos, el mismo año en que Walt Disney estrenaba su Laugh O Gram, la animadora alemana Lotte Reiniger estrenó en Europa su propia versión: “Aschenputtel” (1922), haciendo uso de su reconocida técnica cut out con papeles recortados simulando siluetas a contraluz, inspirándose en el teatro de sombras chinas. Esta delicada versión comienza con la misma animadora recortando a los personajes y presentándolos en pantalla antes de contarnos una versión de Cenicienta mucho más apegada al cuento de Charles Perrault, con un horrible final para las hermanastras y madrastra. Una pieza animada un tanto más oscura pero no por ello menos fascinante.
Más adelante, Betty Boop fue también caracterizada como este clásico personaje en su cortometraje “Poor Cinderella” (1934) de Max Fleischer. Betty Boop es reconocida por adoptar la estética flapper, la misma que Walt Disney utilizaría en su Laugh O Gram de Cenicienta, mas Betty Boop llegó a adoptarla como parte esencial de la estética de su personaje. Y este cortometraje no fue la excepción.
Uno de los avances técnicos más notables empleados para su realización fue el uso de la cámara estereóptica, con la cual se pudieron utilizar fondos reales tras los cells de animación dando así mayor profundidad al fondo. También, como dato adicional, fue la primera película a color de los estudios Fleischer, así como la primera (y única) vez que Betty Boop aparece con el cabello pelirrojo.
¿Otra versión animada de Cenicienta? Pues el famoso programa “La Pantera Rosa” tiene un episodio dedicado a este personaje: “Pink-a-rella”, estrenado en 1969. Este podría ser otro ejemplo de cómo se readapta una historia clásica a un contexto moderno, pues al igual que el joven Walt Disney de 1922, en esta versión tenemos a una joven sumamente pobre que por azares del destino se encuentra a la pantera rosa, quien acaba de encontrar una varita mágica perdida por una bruja borracha. Es gracias a la pantera, quien sirve de hada madrina, que la joven puede cumplir su sueño de… participar en un concurso de belleza para conocer al famoso Pelvis Parsley (en una clara parodia a Elvis Presley). Es una historia que se condice con los personajes icónicos de su época, el humor y las aspiraciones de las personas que claramente prefieren conocer a su cantante favorito antes de asistir a un desactualizado baile de la nobleza.
Y podríamos continuar mencionando decenas de ejemplos más, si contamos todas las versiones de una moderna Cenicienta que se han realizado con chicas de instituto o con princesas medievales.
Es en este punto que me resulta sumamente interesante señalar cómo una misma historia se puede reactualizar y volver a contar desde diferentes perspectivas, para satisfacer los gustos de cada época.
Asimismo, son un testimonio de cómo cambian no sólo las historias sino también la tecnología. Las dos versiones de Walt Disney, con sus notables diferencias, son un reflejo del increíble cambio que tuvo su creador en un margen relativamente corto de tiempo. En 28 años pasamos de tener a una jovencita vestida de flapper bailando jazz a una joven princesa entrando a un brillante castillo bailando al son de “So this is love”.
¿Será que debemos incorporar a esta Cenicienta a la marca de las princesas Disney? Pues, por desgracia, creo que sólo quedará como una anécdota histórica de la trayectoria del estudio. Pero, al menos, ahora sabemos que la primera princesa Disney lavaba platos con un gato y conquistó a su príncipe mientras desafiaba los esquemas tradicionalistas de su época.
Más que princesa una reina, si me lo preguntan.
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